11 de julio de 2009

Breve crónica . El viejo continente


Por: Salvador Munguía

Nuestro viaje sería así: ciudad de México- Londres- Madrid- Santigo de Compostela, donde nos reuniríamos con nuestro amigo Gilberto Pizarro. Y así sucedió, en parte, algunos problemas nos esperaban. El primer contacto con el viejo mundo fue Londres o mejor dicho, su aeropuerto, un aeropuerto de primer mundo: ordenado, limpio, súper moderno. Después de un par de horas en tierras londinenses, volé a Madrid. Había dicho que ordenado; rectifico porque no lo fue. Gracias al desorden y la desorganización, gracias a las personas encargadas de los equipajes, una noche terrible me aguardaba. El destino se torcía en nuestra contra.

Al llegar a Madrid, mis maletas y las maletas de mi compañero y amigo Valenzuela, se quedaron en Londres, lamentablemente dentro del equipaje extraviado habíamos guardado la libreta, en la cual habíamos apuntado teléfonos y direcciones para cualquier emergencia. Ni las mentadas, ni la espera de nuestras maletas hasta la media noche en el aeropuerto Barajas de Madrid, sirvieron de mucho, más bien de nada. Desconsolados, hambrientos, sedientos, cansados, mugrosos y encabronados nos recibió Madrid. Era una noche increíblemente calurosa. Debido las horas de vuelo, y todo lo anteriormente narrado, dudaba si estaba en Madrid o una mala broma del tiempo nos había trasladado a Apatzingán, de verdad, era intoleranre aquel calor.

Nos trasladamos en el metro sin rumbo fijo, sin dirección alguna, al terminar el trayecto, un guardia se acercó para decirnos que ahí debíamos bajar, no había más camino que seguir. Emergimos del subterráneo y llegamos a una de sus principales avenidas, algo nos preocupaba: comer, beber y dormir. No estoy seguro cuanto caminamos, lo hacíamos como una especie de zombies, ya no estaba seguro si la persona que venía a mi lado se trataba de Francisco, mi amigo. Cuando hablaba no le reconocía la voz, su rostro comenzaba a derretirse, su figura se desvanecía, una paranoia empezaba a apoderarse de mí. Por fortuna, un lindo, fresco y limpio jardín se atravesó a nuestro paso. Dormitamos algunos minutos, un policía de acercó para preguntarnos si nos encontrábamos bien, “perfecto, señor oficial”, respondió mi estimado amigo. Continuamos nuestra marcha, una vez más, sin rumbo que seguir. Con letras naranjas (¿o moradas?) el primer hostal lo encontramos justo enfrente de nuestras narices, Orlin, creo se llamaba. Al preguntar sobre cual era la mejor opción (dentro del edificio había mas de 7 hostales) un tipo alto, güero, fornido, con un acento español extraño, (sabrá Dios si era rumano o ruso, checo o serbio), nos abordó argumentando que El Olrlin era la mejor opción: “cuanto ofrecen por el cuarto”, “que pregunta tan estúpida” pensé, contesté, “ 10 euros”, el dijo, “hoy me agarras de buenas, 100 y unas chicas que les den la bienvenida”, 35, volví a retarlo, “vale tío, 35, pero sin chicas, díganle a Jenny que van de parte de Matías y listo”. Una boliviana nos recibió en el mostrador, la tal Jenny. Su rostro era gris, tal vez no tenía rostro, solo un romántico acento para darnos algunas instrucciones. Jamás nos imaginamos que la pocilga donde nuestros cansado cuerpos pasarían su primea noche en Madrid, se situara en la zona “roja” (cerca de la Gran Vía) un lugar de putas y chulos. Tomamos una ducha y salimos en busca de una bebida refrescante. Afuera del hostal estaba rodeado por mujeres en busca de euros, camine 5 pasos y una chica rubia, de baja de estatura, bubis grandes, apretadas, de nalgas dignas de una piruja de primer mundo, se acercó a susurrarme cerca del oído, “ven papi, acércate, no muerdo, ¿quieres follar tío?”, “quiero dormir y comer algo”, respondí.

A la mañana siguiente, a través del Internet, pudimos contactar a un viejo amigo y conocido moreliano, Francisco Negrete, (actualmente estudia en la universidad Complétense) gracias a él, los tres días que pasamos fueron mucho más reconfortantes. En primera, nos ofreció su departamento (o piso, dicen aquí), hizo el favor de auxiliarnos y de asilarnos mientras teníamos noticias de nuestras maletas, y gracias a Negrete, conocimos de manera breve, las principales calles, avenidas, plazas y sobre todo, sus principales bares. Probamos algunas tapas, comimos bocatas, bebimos cañas, vinos tintos, vinos de verano y sabe que cosas más. Discutimos de música, sobre letras, política, futbol, y el tema principal fue, de cómo se conoce una ciudad, mis queridos “Panchos” argumentaban que una ciudad se conoce por lo que anteriormente mencionaba (sus calles, restaurantes, museos, iglesias etc.) No estoy muy acuerdo con tales afirmaciones, creo que una ciudad se conoce en primer lugar, de noche (a mi el calor me produce temor, cansancio, tedio) y uno no necesita recorrer como peregrino toda una ciudad para descubrirla, basta tener el olfato y la intuición para ubicar un lugar digno, un lugar que reúna todo en uno solo, buen servicio, limpieza, precios moderados, música adecuada, y lo más importante, la visita de lindas señoritas. Una ciudad se conoce por su gente y por lo que sucede en sus callejones de noche. Cosa que no sucederá ni en la iglesia, ni en el museo, ni en un lindo centro comercial.

Al segundo día las maletas aparecieron y con ellas ropa limpia, por fin. El tiempo en Madrid (por ahora) se agotaba. Nuestro destino principal (por ahora) era Santiago de Compostela. Y así fue. Subimos en un tren Renfe y partimos hacía allá. 9 horas después, y para ser precisos, el viernes 3 de julio a las 8 de la mañana llegamos a Santiago de Compostela, una ciudad y municipio de España, situada en la provincia de La Coruña, un pueblo conocido porque se cree que aquí se le dio sepultura al apóstol Santiago el Mayor, ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO gracias a su carácter multicultural y por ser meta de una milenaria ruta de peregrinación: el Camino de Santiago.
Resulta obvio pensar que estoy en un lugar conservador y muy cristiano (el tercer lugar en importancia para el catolicismo, tras Jerusalén y Roma) sin embargo Santiago tiene su encanto, es una ciudad hermosa, sus edificios, calles, plazas, iglesias son extraordinarias. Aquí la ciudad “vive” gracias a su Universidad, sin los estudiantes sería una ciudad muerta. Se respira cultura, seguridad y buena vibra. La gente es amable. El clima es magnifico. Diría que en lugar de ciudad, Santiago es un viejo pueblo hermoso. Aquí los domingos no se trabaja, así que no hay mucho que hacer. Las tiendas entre semana, en todo el pueblo, y sin excepción, se cierran de 3 a 6 para comer. Pero no todo es tan pueblerino, aquí la fiesta comienza pasada la media, dado que oscurece a las 10 de la noche, todo inicia tarde y termina temprano. Aun falta por recorrer y conocer, aunque quisiera creer que no mucho. Es una ciudad que la recorres de norte a sur caminando. Por lo que respecta al bajo mundo y al lugar ideal, estoy continuamente en busca del lugar indicado, en proceso de investigación.

…..

Encontrar a nuestro viejo amigo, fue todo un suceso. Lo encontramos al borde de la locura. Con la barba crecida, la ropa vieja y desgarrada, su mirada perdida, un olor fétido, su lenguaje confuso, una mezcla entre el español, el francés y el gallego. Después de unas horas de explicarles quienes éramos, por fin nos reconoció. Nos abrazó efusivamente, “creí que nunca vendrían”, dijo. Nos confesó que llevaba 3 meses sin hablar con algún ser humano. El casero le había contratado para cuidar sus corderos, cosechar legumbres, ordeñar vacas, abastecer agua del ojo de agua, etc. Como lo mencionaba antes, todo un suceso.


Este pendiente de esta y más crónicas, historias y noticias desde el viejo mundo.