28 de julio de 2010

LOS VIERNES DE NO SOY DJ

21 de julio de 2010

Ramòn


"Aquel que es cruel con los animales se vuelve difícil también en su trato con los hombres. Podemos juzgar el corazón de una persona por la forma en que trata a los animales." Emmanuel Kant

El Chato murió apenas cumplidos los 17 años. Murió de manera trágica e inesperada. Murió en un accidente automovilístico. Era mi mejor amigo.
Cuando Ramón murió, tenía menos de 2 años. Si 1 año en el ser humano, representan 7 en un perro, Ramón tenía 14 años, es decir, un adolescente. Ramón, murió de manera trágica e inesperada. Murió envenenado. Era mi amigo y mi compañero.

Los dos, murieron jóvenes y vivieron rápido. Los dos, murieron injustamente. Quizá, suene exagerado comparar un ser humano con un animal, sin embargo, cuántos animales, valen mucho más la pena, que cualquiera de nosotros…

Leí por ahí, algo muy cierto, “un perro promedio, es mejor persona, que una persona promedio”, no aplica para este caso. La pérdida de ambos, me deja un profundo vacio, un constante dolor. Los dos, en distintas épocas, en diferentes circunstancias, y siendo de distintas naturalezas, eran mis amigos. Y sin amigos, uno no es nadie, nada.

La muerte de Ramón ha sido devastadora. Era amigos de todos. Quisiera pensar que su muerte no fue a propósito, y sí, un descuido. Pero comprobado está que, el ser humano no es bueno por naturaleza. Los desquiciados abundan. Nada derrota a la maldad.

Ramón murió injustamente. Se trataba de un perro carismático, querido y conocido en el barrio. Poseía cualidades envidiables; leal, respetuoso, valiente, cariñoso, alegre, seguro, sociable, optimista, generoso, limpio.

En menos de 2 años vivió intensamente. Primero, sufrió el abandono temporal de su madre (humana), eso motivo para que aquella curiosa mascota cayera en mis manos. Una vez en casa, siempre recibió atención y cariño. Ni siquiera le dio tiempo de volver a sufrir cuando yo tuve que irme a Europa, porque de manera instantánea, mi amigo Paz y Ramón se hicieron buenos amigos, los mejores. Sin embargo, no se salvaría una vez más de la maldad humana, fue raptado por unos días a cargo de un desalmado. Los desalmados abundan.
Al regresar, me uní de nueva cuenta a la jauría, y días tras día convivimos con él como uno más de la familia, uno más de la banda.

Ramón, era un perro sociable, a nadie sorprende que los humanos somos insoportables, y sin embargo, él se adaptaba a las fiestas varias que ocurrían en aquella casa, convivios, (orgías) comidas, etc. Convivía con todos (as) y con todos (as) se divertía. Cuando entró a la adolescencia, se encariño con todas las piernas del mundo, quiso montar a las perras más grandotas del barrio, incluso, se mostró confundido al intentar montar perros de su mismo sexo. Pero el destino tenía algo mejor preparado para ese perrazo, su destino se llamaría Lili.

Es difícil escribir cuando todo ha sucedido tan deprisa. Escribir sobre la ausencia de alguien a quien se quiere, duele, y por consecuencia siempre lleva al llanto. A Ramón le lloramos todos. Recordar es volver a despedirse y siempre recordaremos sus efusivos recibimientos, su cabeza y sus orejotas restregándose contra nuestras manos ante la indiferencia. Echaremos de menos los paseos por la mañana, los paseos a la presa, los paseos de madrugada, los saltos de improvisto a la cama, su energía desbordada, la espera diaria. Extrañaremos su presencia por las mañanas a la salida de los cuartos, la urgencia por salir a dar un paseo, su cuerpo alargado tendido en la sala, su cuerpo alargado bocabajo y tendido en los colchones, la extraña manera de sentarse, su mirada compasiva y paciente, las charlas nocturnas cuando llegaba borracho, los domingos de completo ocio y holgazanería, en que los dos nos echábamos a ver el televisor y comer chatarra. Y como olvidar sus huelgas de hambre. Porque con Ramón aprendí que, no movía la cola por una croqueta, no se subía a las piernas, ni te lamía por un trozo de carne, no, a Ramón poco le importaba el alimento, había que obligarlo y suplicarle para que comiera. La buenaondes de Ramón iba más allá de un pedazo de comida. Una caricia sobre su lomo, en las orejas, o bajo la panza, bastaba.

Quisiera borrar las últimas imágenes que tengo de Ramón. Fueron terribles. Vi a aquella criatura luchando por su vida cerca de una hora. Luchando como un guerrero contra el veneno que recorría todo su organismo. Debatiéndose el pellejo por el puto veneno que destrozaba su sistema nervioso y que hacía pedazos su vida. De nada sirvieron las 4 inyecciones que aplicó el veterinario, intentando, primero, tranquilizarlo de las fuertes convulsiones, para después intentar salvarle la vida. Me encontraba perplejo, quise salir a tomar el aire, el doctor me detuvo, “no te vayas, necesito que él sienta tu presencia”, dijo y me quede. Los ojos de Ramón reflejaban cansancio, pero además incertidumbre -¿por qué a mi? seguro se preguntaba-, eran ojos de tristeza, de sufrimiento. Sus últimos minutos se portó siempre valiente, ningún quejido, ningún aullido. Intento seguir peleando contra las violentas contracciones y temblores. Pero fue demasiado, los guerreros también se cansan. Un último ataque, ocasionó un paro respiratorio y puso fin a un ser extraordinario en todos los sentidos, un perro que llenó de alegría a más de alguno.

“Únicamente la carne muere y se transforma, el espíritu perdura y continúa construyéndose sobre sí mismo a través de encarnaciones infinitas y sucesivas en su eterno ascenso hacia la luz”. Jack London.

Mejor recordar su penúltimo día. El paseo que hicimos al campo. Había sido un domingo maravilloso, soleado. Mientras el sol acariciaba nuestras caballeras y el viento soplaba suave, Ramón desbocado corría por todo el llano, saltaba cultivos y vallas, jugaba a las luchitas con Lili, revolcaba a Lili en un pequeño estanque, -lo regañe por abusivo- , ladraba a las vacas que pastaban quitadas de la pena, correteaba a unos perros mugrosos, perseguía a unos caballos que corrían a todo galope, se enlodaba las patas, el lomo, las orejotas; de vez en vez, daba pequeñas y tiernas mordiditas a Lili en sus orejas, de vez en cuando se echaba encima de nosotros y nos ensuciaba los pantalones. La tarde caía, el cielo se tornaba gris, morado y negro, las nubes nos bombardeaban con goterones que se estrellaban con fuerza. La tarde había llegado a su fin. Había sido un lindo día.

Fue una despedida perfecta, estuvimos los que teníamos que estar. Los mejores amigos de Ramón reunidos; Martha (primera madre), Lili (novia de Ramón) y yo…y más tarde y por azares de la casualidad, Paz (su amigo del alma) nos encontró.

Fuimos a casa, cansados, pero todos llevábamos en el hocico una sonrisota. Al llegar, todavía nos dio el tiempo de ver una película, El Dorado, se titula, no es la gran cosa, pero una imagen nos conmovió, un perro doverman es lanzado desde un puente al coche del personaje principal, éste intenta salvarlo, en vano, porque la siguiente imagen, de nuevo el personaje central, dignamente cava una pequeña fosa para el malherido perro.

En el vaivén de los días, he aprendido que uno nunca debe fiarse de los días perfectos, van de la mano a una próxima desgracia. Las artimañas que tiene preparado el destino, son incontables. Jamás nos imaginamos que un día después, Paz y yo, estaríamos recreando la misma escena de la película, en el mismo lugar donde un día antes Ramón y Lili eran los perros más felices del mundo y nosotros también.

……

Lili, vive en casa, duerme casi todo el día. Cuando despierta, busca a Ramón y enseguida se devora todas las croquetas, come en abundancia. A diario le tocamos el vientre, algunos ya escuchan latir varios corazones…. Al tiempo.

Hasta nunca, Mon.

14 de julio de 2010

El peregrino de la estrella

Por: Marco Antonio Regalado

Jack London es un hombre que vivió para escribir, quizá uno de los parecidos más importante con la obra de otros escritores de esta estirpe sea la apuesta por la integridad moral del individuo frente a la moral convencional de la sociedad. Jack es otro escritor de la estirpe de los duros como lo fue Norman Mailler, pero también de la genialidad de lo humano de la denuncia social; leyéndolo, no podemos sino recordar a veces a Hemingway; otras, se parecería a D`Anunzio; en otras más, podríamos evocar a Dostoievsky; pero no dejan de venir a la memoria: Edgar Allan Poe, Huxley, Malcom Lowry u Orwel, así como tantos más que han escrito en medio de una vida atormentada y ciclónica, casi siempre en el filo de la vida.

En el interior de la hacienda "Beauty Ranch", en Glenn Ellen, California; sobre el lecho, un hombre acabado combate la agonía de los dolores renales, el desasosiego del insomnio, la decadencia física y moral a la que el consumo frecuente de alcohol le ha empujado, la infelicidad conyugal, el desencanto y el rastro de una existencia dilapidada entre borracheras, derroches de fortuna e innumerables aventuras. En los últimos tiempos, para atenuar los padecimientos de la enfermedad, ha sustituido los analgésicos y el alcohol por la morfina y la heroína. Dos defunciones distintas enmarcan la leyenda del escritor, idealista y aventurero Jack London: una muerte accidental y una muerte por mano propia, ambas tras larga enfermedad. Su muerte ocurre al filo de la madrugada del 22 de noviembre de 1916.[1]

Jack London, es el autor de: Colmillo blanco, El llamado de la selva, Los de abajo, Lobo de mar y de La peste escarlata, entre otros, pero también de El peregrino de la estrella, uno de sus mejores libros y muy poco conocido, en él encontramos la estética de un excelente escritor, y el cambio hacia una escritura que no siguió creciendo debido a su muerte. London, escasamente vivió cuarenta años, su biografía es impresionante, tanto como su escritura, la fortuna le sonrió pareja a un sino de desgracias que fueron inacabables. Toda su narrativa resume el ansia que sentía por el escape de la realidad.

La vida real le era demasiado cruda para poder digerirla, prefería emborracharse, y borracho, crear historias desasosegadas y febriles pero evasivas. La creación artística, de la naturaleza que sea, rezan las preceptivas, es una actividad que media entre el trabajo y el juego. El escritor, como el pintor, escultor, poeta o compositor, crean por una necesidad imperiosa de la que están imposibilitados a rehusar, es para ellos su mejor juego y su trabajo; en el peor de los casos, ya que a la mayoría les es muy mal pagado conlleva la desdicha.

Jack London, autor de El peregrino de la estrella, fue un escritor estadounidense que combina en su obra el más profundo del realismo con los sentimientos humanitarios y el pesimismo. Era hijo de un astrólogo ambulante, al que no conoció, y su madre era espiritista, se casó con John London, unos meses después del nacimiento del niño y es de él de quien el escritor tomó el apellido.

En 1897 y 1898 viajó a Alaska, empujado por la corriente de la fiebre del oro, ya antes había sido marino, pescador, e incluso, contrabandista. De regreso a San Francisco comenzó a relatar sus experiencias. En 1900 publicó una colección de relatos titulada El hijo del lobo que le proporcionó un gran éxito popular. Publicó más de 50 libros.

Una de las únicas experiencias buenas y seguramente de las que gozó Jack London fue la de encontrar a Charmian Berkeley. En marzo de “1900 se reunió por primera vez con Jack; con el tiempo se casaron el 19 de noviembre 1905 en Chicago, Illinois; ella se convirtió en el alma de Jack siempre a su lado, y una combinación perfecta." Charmian era una mecanógrafa excelente (más de cien palabras por minuto) y taquígrafo, las habilidades que se han aplicado para ayudar a los escritos de Jack y la correspondencia comercial. "Ellos fueron una pareja ideal... Jack y Charmian. Ella fue el compañero de Jack quien había buscado. Ella fue valiente y juego para cualquier aventura que podía soñar y sin embargo siempre ultra-femenina; llenó todas sus necesidades y más durante sus años de matrimonio".[2]

Sus relatos del mar son los de un medio duro y violento, mezcla de experiencia personal y su particular visión de la vida. Siendo adolescente, el joven adoptó el nombre de Jack. Trabajó en diversos y duros trabajos, fue pescador furtivo de ostras en la Bahía de San Francisco, sirvió en una patrulla marítima deteniendo a furtivos, surcó el Pacífico en un barco dedicado a la caza de focas, se alistó en el ejército de Kelly constituido por trabajadores sin empleo, vagabundeó por el país, y a los 19 años regresó para asistir al instituto. En esta etapa, entabló conocimiento con el socialismo y fue conocido como el Chico Socialista de Oakland por su oratoria callejera. Se presentó sin éxito en numerosas ocasiones como candidato socialista para la alcaldía.

Pero, además de hombre de acción, London, acaso consciente de que en la literatura estaba su redención, fue un lector empedernido. Así, mientras la lectura de El manifiesto comunista le convierte al socialismo militante, la idea del superhombre de Nietzsche le hace ser más racista que el mismísimo Kipling, a quien también lee. Entre unas cosas y otras, tal y como se nos cuenta en Martin Eden, su relato autobiográfico –al que muchos papanatas encuentran inconcluso, plano y falto de una estética escritural –. Las revistas comienzan a publicar sus relatos a partir de 1899, en los quince años siguientes, Jack London se convertirá, por así decirlo, en el primer autor de "best-sellers". Es el escritor mejor pagado de Estados Unidos, tal vez por eso la crítica le desprecia, o en el mejor de los casos, le reconocen un "talento natural para la narración", pero todavía es ahora, cuando se le ignora en las historias de la literatura. Como mucho, se le adjudica un puesto junto a Emilio Salgari, Zane Grey, Julio Verne y el resto de los autores tradicionalmente incluidos en las colecciones juveniles. En cualquier caso, la primera novela de London, La llamada de la selva, data de 1903, es la primera de las emotivas ficciones que dedica a los perros que ha conocido en sus días de Alaska; el éxito no se hace esperar.

De ideas socialistas y siempre del lado de los trabajadores, London fue militante comunista e incluso agitador político. Pero, autodidacta como era, las lecturas del filósofo alemán Nietzsche le llevaron a formular que el individuo debe alzarse frente a las masas y las adversidades. Esta contradicción individualidad-colectividad está presente en su obra. Su tesis general es la de que el ser humano no es bueno por naturaleza, y sólo los fuertes consiguen alzarse en la vida que es dura; estos seres serán los que pongan los cimientos para una sociedad más justa. Muchos de sus relatos, entre los que destaca su obra maestra, El llamado de la selva (1903), hablan de la vuelta de un ser civilizado a su estado primitivo, y la lucha por la supervivencia; lo mismo que sucede con los personajes de La peste escarlata. Su estilo, brutal, vivo y apasionante, le hizo enormemente famoso fuera de su país, donde sus novelas se han traducido a numerosas lenguas.

Entre sus principales obras cabe mencionar Los de abajo (1903), sobre la vida de los pobres en Londres; El lobo de mar (1904), una novela basada en sus experiencias como cazador de focas; Colmillo blanco (1906) un libro pesimista sobre la crueldad, la hegemonía de los más fuertes y la lucha por la libertad; John Barleycorn (1913), un relato, también autobiográfico, sobre su batalla personal contra el alcoholismo; y El peregrino de la estrella (1915), una serie de historias relacionadas entre sí, sobre el tema de la reencarnación, sin duda, esta es una de sus obras más inquietante; El peregrino de la estrella, deja entrever dentro de la obra de London un cambio escritural que su prematura muerte dejó en suspenso.

Demasiadas libaciones y comilonas absurdas engendradas al calor de la continúa soledad, el abandono y el aprovechamiento interesado de muchos de los que le rodeaban. Males coronarios, urea, artritis, glicemia, y, para colmo de males, adicción a la heroína que tenía que usar como calmante de sus constantes dolores artríticos; luego, tenía que usarla por la dependencia que se formó. Esos achaques físicos unidos al acoso de los vividores y parientes abusadores acentuaron en él, como vía de escape, su gusto por las aventuras que practicó abundantemente en su juventud y que luego volcó con fuerza en el torrente de su fantasía creadora. La que era una de sus pasiones sanas, cuando ya no podría llevarlas a cabo las escribía, las soñaba, las vivía, quién sabe cuántas veces al insidioso influjo de su calmante: la heroína.

Está demás decir que la biografía de London nos llena de desazón; no era en su vida, el prototipo de la vida de un escritor; ni la del narrador que nosotros soñábamos, lleno de confort, apaciblemente aburguesado, saludable y con muchos y felices años a cuestas, no, nada de eso, leemos su vida y nos desencantamos al tratar de entender que la escritura es sólo un trabajo que se gana en la ficción de una vida placentera; porque la escritura cuesta, y casi siempre, el costo es la vida.

En su obra: El peregrino de la estrella, su protagonista es Darrell Standing quién era un profesor de agricultura en la Universidad, "X", Darrell es un personaje que es presa de “la ira roja”, una furia que se traduce a problemas de enojo y celos, a un estallar en ira a arremetía contra quién sea y lo que sea, y que un día paró en un lió de tal envergadura que hizo dar con sus huesos a la cárcel para terminar con una condena nada más y nada menos que de perpetua y más tarde en condena a muerte. Fue llevado encadenado a la ya desaparecida, pero entonces famosísima prisión de San Quintin en el Estado de California y de ahí a Follsom y al Jacket – una especie de tortura dentro de una rudimentaria lona que asemejaba a la camisa de fuerza –. Standing catedrático de la universidad de Berkeley no volvería a poner sus pies en la calle. La prisión perpetua le fue reclasificada en pena de muerte por una discusión con uno de los guardianes. Pasó entonces a una solitaria hasta la ejecución de la sentencia. Entonces solo su mente salía. Iba a vagabundear por las estrellas de la fantasía rompiendo, con mínimo esfuerzo, las infranqueables barreras del espacio y del tiempo. Su vida pendía de un hilo, extremadamente desnutrido y enflaquecido. Su mente en cambio cobró una fuerza arrolladora, capaz de haber sobrevivido por años a no ser por el cumplimiento del plazo para ser ejecutado: “Únicamente la carne muere y se transforma, el espíritu perdura y continúa construyéndose sobre sí mismo a través de encarnaciones infinitas y sucesivas en su eterno ascenso hacia la luz”. Quizá la muerte de London sólo haya sido que cambio de cuerpo, como su personaje, y quizá siga entre nosotros, ahora en otro envase.

Tanto o más que su insólita experiencia vital, evocada entre John Barleycorn, Martin Eden y El peregrino de la estrella, sorprende comprobar cómo Jack London pudo presagiar en esas mismas páginas su suicidio siete años antes de matarse y marcharse agobiado por los delirios del alcohol, cuando su "vida dejó de ser ávida de vida"; así las cosas, John Barleycorn, Martin Eden y El peregrino de la estrella, no es sólo son la crónica novelada de una existencia, también es la de una muerte: la de un hombre a quien ni el dinero ni la gloria pudieron redimir de su destino.

  1. Barrueco, José Angel. Jack London: La ley del más fuerte (1876 – 1916)http://www.literaturas.com/v010/sec0309/suplemento/london.htm
  2. Jack y Charmian London circa 1911, possibly at Beauty Ranch


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12 de julio de 2010

Por un rato


Tiene mucho que no escribo nada para este blog, bueno a partir de ahora será menos tiempo el que he dejado unas palabras.. el punto es que no soy tan hábil para escribir apjpnafaskn`lashapra ns aondaosnacpsa por eso de vez en cuando mejor voy a poner un dibujo del LOBO…. Si no les gusta ni pedo..

No te voy a extrañar pinche pulpo

5 de julio de 2010

Una día lluvioso de amor canino



El día parecía perfecto. Lluvioso. Friolento. Recibo una llamada de mi hermano:
-Chava, le tengo una perra a Ramón, está en celo, Lili, se llama.

Después de un año y medio, Ramón, un perro salchicha y amigo mío perdería la virginidad con una perra, con una de su raza. Mi joven amigo, hacía tiempo se mostraba ansioso, desesperado. Estaba cansado de montar perras grandotas y corrientes, de seducir piernas y espinillas de humanos.

Planeo la tarde. Rento unas películas. Paso por Lili. Es guapa. Tiene el mismo color de Ramón, color miel. Sus rasgos son delicados y más pequeños: ojos del mismo color de su pelaje, hocico menos alargado, sus orejas se mueven de forma coqueta. Mueve la cola traviesa. Camina con seducción. Lili, sabe qué es bella. Regreso a casa. Está anocheciendo. Intento encender la luz. No hay. Me maldigo por no haberla pagado a tiempo. En la oscuridad, Ramón y Lili se olfatean, Ramón la lame, la besa, muerde las orejas de su hembra con delicadeza y dulzura. Lili se muestra tímida. Sólo por un momento. Lili come algo, bebe un poco. Ramón chilla, chilla de alegría. La sigue a todos lados. La lame en todos lados, la besa por todos lados. Intenta montarla, no quiere esperar más. Lili se muestra fría, lo ignora. Ramón chilla, pero ahora de desesperación. Chilla y le suplica. Lili mueve la cola, se acerca a Ramón, le susurra algo. Enseguida ya se quieren. Es más: se aman. No necesitaron prometerse amor eterno. Ramón la monta. No le atina. No ve por dónde. No hay luz. Intento tomarles una foto. Me ven con odio. Me arrepiento en el momento y subo a mi cuarto. Mientras, Ramón, querrá aplicar las posiciones del kamasutra.

Temo deprimirme, sin luz, sin música, sin tv. Decido salir. Afuera llueve. Las gotas frías caen como esquirlas sobre mi cabeza, sobre mi espalda. Y, pienso en ti. Me meto al ciber más deprimente del universo. Escribo algo. Escribo esto. Regresaré a casa, cuando el amor canino haya pasado o estén aplicando la posición 57. Cuando se hayan amado en paz, sin extraños, sin humanos. Sigue lloviendo. Vuelvo a pensar en ti.


-Ya no puedo fiarme de ti -dijo Clémentine-. Una mujer ya no puede fiarse de los hombres a partir del momento en que un hombre le hace un hijo. Y menos del hombre que se lo hace.
-Boris Vian-, El Arrancacorazones.