13 de enero de 2010

Cristal


Texto: salvador munguía


Capitulo I


Por siempre virgen

Cursaba el tercer semestre de preparatoria. Contaba con 16 años. Era un joven atlético, deportista, apuesto, estudioso, perspicaz, abstemio y virgen. Mantenía una relación con una hermosa y popular chica, llamada Liliana. Teníamos planes y sueños juntos. Uno de ellos era llegar vírgenes al matrimonio, suena raro en estos tiempos libertinos, pero al menos para mí, era un tema importante. No me interesaban los comentarios de mis amigos que me acusaban de estar chapado a la antigua o de lo que me estaba perdiendo con respecto al sexo. Haya ellos y sus promiscuas vidas.

No he dicho que resultará fácil, mucho menos en esta era decadente. La cosa se ponía color de hormiga cuando a Lili se le calentaban las hormonas, pero no me tentaba el corazón para ponerle un alto. Evitaba los besos apasionados y de lengua, los abrazos que juntaran mucho nuestros cuerpos, y sobre todo, las manos de pulpo de Lili. Era difícil, lo sé, sobre todo tratándose de una edad en efervescencia, y claro, no podía culparla del todo, enfrente tenía a un chico apuesto y de cuerpo espectacular. Y cuando eso sucedía, tenía que repetirle la misma retórica, “no te apures pa que dures Lili”, “ya habrá tiempo para disfrutar y explorar nuestros cuerpecitos.” Tenía una fuerte convicción y nadie lo impediría. Al menos eso creía.

Era un jueves 8 de mayo, mis padres hacían los preparativos para la mañana siguiente salir de viaje. Mi padre como obsequio del día de madres, le regaló un viaje a mi progenitora, por suerte el paquete incluía a mis hermanos. No pude ir con ellos, me lo impedían mis diversas actividades y mi alto sentido de la responsabilidad.

Una pequeña orgía

Comenzó movido el viernes 9 de mayo; mi familia despertó desde temprano, se alistó y partió a una paradisíaca playa del pacifico. Por mi parte, fui a mis clases de la universidad, entrené futbol con el equipo de la escuela, más tarde visite a Lili en su casa y otras ociosidades. Pero lo que más deseaba de ese día, era disfrutar de la soledad y la tranquilidad de mi propio hogar; escuchar música, leer un libro, ver una película de Bruce Lee, etc.
Cometí un error, comentarle a Charly -un viejo amigo- que me quedaría en casa solo. Éste a su vez corrió la voz y, el maldito sin mi consentimiento organizó una fiesta en mi propia casa. A las 7 llegó un puño de amigos y amigas. Lili no pudo ir, pero sí Rosalía, una chica de una figura esbelta con marcadas caderas y una piel radiante. Los muy gorrones pusieron los acetatos de mi padre y a ritmo de rockanrol comenzó la velada.
Con el paso de la noche el alcohol fue haciendo estragos en el ánimo de los “invitados”. Por supuesto, yo no probé ni una gota. No faltó quién se le ocurriera jugar a la botella, que dicho sea de paso se me hacía un estúpido y asqueroso juego, sigo buscando dónde está lo “atractivo” de andar intercambiando la saliva de todos los participantes. No contentos con esto, los “castigos” subieron de tono, el intercambio de fluidos bocales no era suficiente, ahora el castigado (a) se tenía que quitar una prenda. Me sorprendía con que facilidad las jovencitas lo hacían, sin duda ninguna de ellas sería mi futura esposa. Rosalía al ver mi molestia, me invitó a salir a tomar el fresco. Me expresó lo lamentable que fue no haber mostrado mi escultural y sobrehumano cuerpo, me sonrojé un poco, pero le di la razón, sí, era lamentable. Le dije que solo lo vería una mujer digna y con paciencia para llegar al altar. Se acercó un poco, mejor dicho hasta quedar su boca muy cerca de la mía, despacio me besó tiernamente, rodeó sus brazos sobre mi espalda y me susurró que de no ser por Lili, a ella le gustaría ser esa mujer. No me di cuenta cuando una de sus manos comenzó a indagar más allá de lo debido, se escabulló por debajo de mi ombligo, un escalofrío recorrió mi cuerpo y casi estuve a punto de caer en sus juegos de seducción. Le quité la mano y le pedí secamente que regresáramos dentro de la casa, con la excusa que de no hacerlo aquello se convertiría en una orgia sin precedentes. Rosalía se apenó, pero no me importó.

No estaba tan equivocado, al volver, Edgar le lamía de manera grotesca las rodillas a Fernanda; Felipe bailaba desnudo refregándose sobre un muro de contención; en el baño escuché leves gemidos de mujeres –fue placentero, lo aceptó-; el colmo fue encontrar ¡en la propia recamara de mis padres! a Roger en posición animal con los pantalones abajo, montado sobre el trasero blanco, muy blanco de Lorenza… Enojado, les pedí a todos que se retiraran. Argumenté que me sentía mal y que muy temprano regresarían mis padres. Mis amigos me vieron con odio, pero sabían que cuando algo me molestaba no tenía clemencia.


Los calzoncillos y la aparición de Cristal

El día 10 me desperté más temprano de lo habitual. Las mañanitas que le llevaron sus hijos y nietos a mi vecina doña Carmelita fueron excesivamente escandalosas. 15 veces el mariachi tocó las mañanitas. Intenté volver a dormir, pero fue imposible. En estado somnoliento me alisté para salir y cumplir con mi disciplina diaria; ejercitar mi admirado cuerpo. Llevaba 30 minutos trotando cuando una morena de ojos verdosos y cuerpo curvado, en un tono curioso y brusco me alcanzó en la pista de arcilla para decirme:

─ Hey que originales shorts para venir a hacer deporte.
Mire hacía abajo y vi que en lugar de haberme puesto unos shorts, me había ido en calzoncillos largos.

─ Perdón…no dormí bien por culpa de mis vecinos –dije apenado e intenté justificarme:
─ Me paré en estado somnoliento, lo que ocasionó esta terrible distracción…pero te aclaro, no soy un exhibicionista ni un depravado.
─ No te preocupes, te ves sexy, dijo ella con su peculiar acento norteño.
─ No lo creo, me siento ridículo, -volví a justificarme.

Como era posible que estuviera corriendo como un loco exhibicionista. Me avergoncé tanto que me amarré la chaqueta que traía puesta. Bajé la velocidad, la morena hizo lo mismo y con tono norteño, intentó tranquilizarme:

─ No te preocupes, parece un short, es muy bonito, como seguramente lo es, lo que hay de bajo…, ─ me sonrojé como tomate.
─ ¿cómo te llamas?, - preguntó.
─ Salvador ¿y tú?
─ Cristal.
─ Mucho gusto Cristal.
─ Así que te dicen Shava
─ Chava, dirás.
─ No, Shava, Shavita. ─ Soltó una risita picara.
─ ¿Cuántos años tienes, Shavita?
─ 16, casi 17.
─ Con ese cuerpo pareces más grande.
─ Si, me lo han dicho.
─ Pues, aunque no me lo preguntes, yo tengo 27, ¿se me ven?
─ No, pareces más joven. Y además eres hermosa.
─ Jaja, hablas como persona adulta. – y después me invitó-. ¿Por qué no vamos a tomar algo, te apetece un café?
─ Si, pero no voy a ir exhibiéndome por la calle con estos boxers.
─ Tengo un pants que te puede quedar en mi camioneta…, ven vamos.

Llegamos a un cafecito cerca del Venustiano, yo claro, ya con un pants puesto.
Volvió al tema de los calzoncillos. Reímos durante unos minutos. Realmente era una mujer atractiva. Llevaba ropa provocativa para alguien que va a hacer deporte. Todos los hombres la veían con ojos de lujuria. Como lo había mencionado antes, tenía los ojos medianos verde limón, una boca de labios rosados con forma de corazón y una pequeña y afilada nariz. Su cabellera negrísima daba a la mitad de su bronceada espalda; sus pechos eran verdaderamente monumentales, eran un par de conos erectos; su trasero era un durazno frondoso; sus piernas morenas ostentaban una textura suave y brillosa. Transpiraba un delicioso y rico olor a coco piña. Era espectacular. Me sentí fuertemente atraído por esta desconocida mujer. Y cuando su acento norteño pronunciaba mi nombre: ¡Shavita!…me cosquilleaba el corazón. Habló sin parar, yo solo me limitaba a escucharla. Por la noche me invitó a una fiesta que se llevaría en su casa. Me recomendó invitar a alguien de mi edad, para que no me fuera aburrir. Apunté la dirección y un beso cerca de mi boca puso fin a nuestra cita.

─ Shao shavita, nos vemos en la noche. –Fue lo último que mencionó antes de subirse a una lujosa camioneta.

El resto del día estuve pensando en Cristal, tanto que no me acordé de Lili, habíamos quedado de salir a comer y después ver películas en mi casa. Le llamé para cancelar y de paso disculparme, inventé que sentía el cuerpo cortado y no estaba en condiciones de nada. Se molestó con razón, pensaba pasar el día entero conmigo, solos, sin nadie que nos molestara, ella y yo…, no quiero ni imaginar las cochinadas que pasaron por su mente.
Tomé una ducha y en mis oídos retumbaban la voz brusca pero dulce de Cristal: “Shao Shavita, nos vemos en la noche”. La imaginé bajo el agua que caía de mi regadera, la imaginé besando salvajemente mis pectorales, mientras yo la sujetaba entre mis brazos, cargándola como una libélula, penetrándola hasta quedar sin aliento y fuerza. Me asusté de mis pensamientos inmorales. Abrí la llave fría para despejar mi mente de pensamientos pecaminosos.

Continuará...