9 de febrero de 2010


Capitulo IV

La pérdida

Desabrochó mi cinturón, después mi pantalón, y de un jalon pantalón y calzones cayeron hasta mis pantorrillas. Mi ritmo cardiaco se encontraba en un punto crítico, el corazón palpitaba violentamente, por un momento temí morir de un infarto. La mano de Cristal volvió a tocar mi pene, que si antes estaba duro como una roca, ahora estaba más tieso que el acero. Comenzó a jadiar casi silenciosa, su lengua se introducía como tijerilla sobre mis oídos, tenía una lengua suave y cálida, poseía una destreza para hurgar por todos los rincones de la boca que se entrelazaban con la mía. De de vez en vez me daba unas ligeras mordiditas sobre mi cuello y mis pectorales. De pronto, Cristal tomó mis manos y lentamente fue descendiendo como un gusano hasta quedar de rodillas frente a mí, quedó en una posición que solo había visto en las películas para adultos que tenía mi padre bajo llave en su baúl. Era la guerra declarada y no podía echarme para atrás. Me dejé llevar. Recordé unas palabras de Henry Miller, “una picha tiesa no tiene conciencia, pero una picha tiesa que además ría es fenomenal”. Cuando la boca de Cristal jugueteaba con mi picha, no solo reía, carcajeaba. Su boca se deslizaba hábilmente sobre un duro y erecto sable. Llevaba minutos intentando interpretar la escena “grotesca”, donde yo era el protagonista. No podía pensar realmente porque ya estaba utilizando la mente. Pero algo raro sucedió, era un sentimiento extraño, tenía ganas de insultarla, gritarle cosas obscenas, humillarla. Mi mente se invadió de imágenes de lujuria y perversión, de palabras inesperadas e inapropiadas en mi vocabulario. Una especie de inspiración inmoral se apoderó de mi espíritu; Te voy a escribir un poema/ perra/ que me den papel y pluma/ eres solo un coño/ y mi verga tiene todas las palabras/ presionó con las yemas pulgares tu cuello/ te retuerces entre la sofocación y el orgasmo/
Obvio, no mencione una sola palabra. Me asusté de ese extraño acontecimiento, me asusté de mi mismo.

Cristal me miraba desde allá abajo, sus ojos verdosos me provocaban para ser participe en primera fila de aquél acto “impúdico”. Era fascinante.

─Te gusta Shavi, dijo en un tono acogedor.
─Me encanta Cristal de mi vida, -contesté excitado.

Se levantó pero solo por un breve momento. La tumbé en el suelo, sobre una alfombra, le bajé las bragas violentamente. Cristal transpiraba por todos los poros de su moldeado cuerpo.

─Ven Shavi, ven…métemela…métela despacito
─Eso intento mi reina, dime más o menos por dónde.
─Por ahí, por ahiii….ahí Shavi…ahí…ahiiiiiiii…-alargó la i en un tono encantador.

¡Joder… y que Dios me perdone!…de pronto me introduje sobre una cueva, una cueva oscura y cálida, muy cálida y jugosa, lubricada y amable, generosa y acogedora. Di un repujón y Cristal se retorció como anguila, temí partirla a la mitad, ¿y sí le perforaba los pulmones?, ¿existía esa posibilidad?

Cristal se revolvía como una lombriz partida en tres partes. Gritaba extasiada de placer. Hacía un calor sofocante, mis mejillas ardían, un sudor recorría toda mi espalda. Calculé que no llevaba más de dos minutos y estaba a punto de estallar. En el fondo de la cintura notaba el sordo deseo de eyacular pero cerré los ojos con fuerza y me contuve. Rápidamente intenté pensar, pensar en el bolso de mi abuela, en la llanta ponchada de mi bicicleta, en la clase de matemáticas, en el dinero que mi padre me había mandado recoger, en el aliento de la maestra de biología, y también en Doña Mago, en el sudor que le escurría cuando preparaba los pambazos y el pozole: toda clase de pensamientos absurdos e inesperados que no tuvieran nada que ver con la situación del momento. Pero seguía muy latente mi “venida”. Mi padre me lo había advertido, cuando el pene se pone a pensar, no hay alto ni obstáculo que lo detenga. Aquello era ya: una fiesta perpetua.

Recordé inmediatamente los consejos de Edgar, así que me salí de la cueva y pretendí seguir los consejos de mi amigo; sacarlo a que le diera el aire, que respirara y hacer lo mismo que él: inhalar, exhalar y volver al ataque…pero me precipité. No duré mucho con los ejercicios, Cristal me miró sorprendida:

─Que haces Shavi, -preguntó.

No dije nada y volví a encajar hasta el fondo el sable. Esta vez de manera brusca y por menos tiempo, si acaso un minuto más. Un grito a la Tarzán puso fin a mi primera vez.

Me sentía orgulloso, reconozco mi brevedad, pero era mi primera vez y no había estado mal. O al menos eso creía. Por su parte, Cristal parecía insatisfecha, seguía meciéndose lascivamente, rejuntaba su cuerpo al mío, ardía por cada rincón. Le pedí que me diera un momento para reflexionar y reponer energías. No sucedió, dormí hasta el día siguiente.

Cuando desperté Cristal preguntó:

─¿Jugo o café?
─Jugo, la cafeína me pone nervioso, -dije.
─Chilaquiles o huevos estrellados.
─Chilaquiles con un huevo estrellado tierno, perdona pero amanecí hambriento, -Cristal esbozó una linda sonrisa.

Desayunamos en silencio. Al terminar, me pidió que después de desayunar, hiciera el favor de retirarme. Era imposible quedarme el resto del día con ella. Me sorprendió de nueva cuenta el misterio que envolvía a esa mujer. En cambio, se mostró entusiasmada para vernos de nuevo el siguiente fin de semana.

─Para ser la primera vez estuviste bien Shavi…es cuestión de práctica…, yo te enseñaré, seré tu maestra.
─Gracias Cristal, seré el mejor alumno.

Continuará….

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