23 de febrero de 2011

Sueños guajiros



Chava Munguía

El despertador suena justo a las 6 de la mañana. Hace un leve coraje casi para si misma por tener que despertarse a esas horas. Sale de bañarse. Sigilosa comienza a vestirse, no quiere despertarlo. Se maquilla con paciencia.

6:43 Desayuna despacio, sola, en silencio. Desde hace días una idea invade su cabeza. Una idea que le provoca repulsión, amargura… atracción, deseo. Trata de pensar en otra cosa; en el tráfico, en la clase que no alcanzó a preparar, en el cumpleaños de su madre. Nada es suficiente. Una voz taladra sus sienes como un clavo: se lo merece, dice la voz, merece todo el dolor y todo el sufrimiento y toda la amargura y toda la soledad y la muerte, merece morir. La idea se clava en su cabeza como una sanguijuela que succiona rápidamente cualquier otro pensamiento que no sea la muerte de Ray. Imagina la muerte. La muerte toma forma y figura, matices, expresiones, posibilidades, lugares comunes.

Descarta que una simple bala perfore el cráneo de Ray, es tan soso, piensa. En cambio, le atrae más la idea de cruzar una daga, un cuchillo, un fierro delgado y frío que atraviese el estomago, vísceras, tripas, pulmones, lo que se lleve. Se excita imaginar el rostro de Ray mientras se retuerce agónicamente. ¿Tendrá la misma sonrisa cínica de siempre?, se pregunta. Pero también descarta dicha posibilidad por dos cosas: sabe que es una mujer frágil y que la sangre le produce nauseas y mareos.

Termina de desayunar. Lava el plato del cereal. Abajo del fregadero recuerda que guarda un veneno. Lee el instructivo de un raticida que nunca usó: Si se decide a utilizar los raticidas, tendremos que saber que existen dos tipos. Uno de ellos es el agudo, provoca la muerte rápida de la rata, se puede ver a estos mismos muertos, es útil si la rata a desarrollado resistencia a los anticoagulantes, y con poca cantidad podremos lograr el envenenamiento y muerte de la rata. Se decepciona al no encontrar detalles del segundo tipo. Vuelve a descartar otra posibilidad. Lo que menos desea es verlo morir rápidamente.

Son las 7:21. Sube a cepillarse los dientes. No tiene más tiempo de seguir pensando.

7:27 Despide -como todos los días- a Ray con un beso en la mejilla. Él duerme profundamente. Quizá sueñe con habitar ciudades malditas, otra Gomorra, otra Sodoma. Quizá sueña que nada en una playa de Mallorca rodeado de sirenas hermosas color púrpura. Quizá este soñando que muere sin despertar.

2 de febrero de 2011


-En sus libros, salvo contadas excepciones, no da usted una imagen muy favorable de la mujer. ¿Es un fiel reflejo de su experiencia personal?

-Sólo puede decir que, desde hace un cuarto de siglo, me relaciono exclusivamente con mujeres. No soporto a los hombres, ni las conversaciones de hombres. Me vuelven loco. Los hombres siempre hablan de lo mismo: de su profesión o de mujeres. Es imposible escuchar algo original en boca de los hombres. Las reuniones de hombres me son insoportables. Prefiero la cháchara de las mujeres. Para mí, las únicas relaciones provechosas han sido con mujeres. Después de mi abuelo, lo he aprendido todo con las mujeres. No creo haber aprendido nada de los hombres. Los hombres siempre me han puesto de mal humor. Curioso. Después de mi abuelo, se acabó, ni un hombre más. Siempre he buscado protección y salvación entre las mujeres, que también se han mostrado superiores a mí en muchas cosas. Y además saben dejarme en paz. Yo puedo trabajar rodeado de mujeres. En cambio, sería totalmente incapaz de producir nada en un entorno de hombres.


-Fragmento de una entrevista a Thomas Bernhard-