1 de abril de 2011

El ciego



por: Chava Munguía

Uso lentes porque estoy ciego. Los uso desde hace más de 15 años. Tengo miopía y astigmatismo. Sin ellos soy un ser desvalido, un desamparado. Sin ellos no soy nadie. Sin ellos no soy yo, soy otro. La idea de operarme está descartada. No quisiera asomarse al espejo y no saber quién soy. Son indispensables, sí, pero dejan de serlo en la intimidad, en la cama, en el cuerpo a cuerpo. Hay momentos que se debe saber usar el instinto, el tacto.

En 15 años he perdido infinidad de armazones. Un solo día sin lentes es un día miserable y ruin. Un día gris, oscuro. Un día insoportable, de terribles jaquecas.

Maldije con el fondo de mi corazón a los creadores del formato 3-D. Acudí a la primer función de cine en ese formato y jamás he vuelto. Vaya insensatez tener que usar un armazón encima de otro.

No existen ventajas ser un cegatón pero uno tiene que buscarlas, “por qué no me saludaste”, “perdón pero no te vi”. “joven, aquí no puede estacionarse”, “acaso usted también está ciego”, “ves lo que te conviene, cabrón”, dice mi madre.

Hace un par de años probé usar lentes de contacto, sin embargo es casi tan molesto como despertar a diario con la misma mujer. Un pensamiento recurrente me hace infeliz las madrugadas, el día que la vista se nuble por completo y quede envuelto en tinieblas.

La semana pasada, después de haber enfrentado un ríspido y difícil partido de fútbol, -donde salimos airosos- mis compañeros del equipo y un servidor, tomamos la iniciativa de festejar con algunos tragos, bien merecidos lo teníamos. La tarde caía y las botellas se vaciaban con prontitud. Nuestras conversaciones eran banales y sencillas; fútbol, mujeres, borracheras. Era una tarde seca y calurosa. La noche llegó con la segunda botella de un ron desconocido y barato. Esta madre nos va a dejar ciegos, digo alguien por ahí. A mi me daba lo mismo, más ciego no podía estar, -al menos eso creía-. Después de la segunda llegó la tercera. Cuando se vació la tercera, conocí de cerca las tinieblas. No eran espesas como pensaba, eran grises como el humo. Pedí cortésmente que alguien me llevara a mi hogar, estaba imposibilitado de hacerlo por cuenta propia. Con el uniforme y los zapatos de fút aun puestos me fui a dormir, seguro de despertar con la vista nítida. Pero no. El ron tenía cuentas pendientes conmigo. Desperté ciego, literal. El viernes negro le llamo yo. Al despertar, una tela delgada y gris se posaba por encima de mis ojos, de mi vista. Me enjugué los ojos con agua y jabón, quizá tenía los ojos llenos de lagañas y de lodo. Parpadeaba con rapidez creyendo que el mundo se aclararía. Nada. La oscuridad amenazaba con quedarse para siempre. Una inmensa desesperación se apoderó de todo mi ser. Llamé a mi madre. Leticia, me quede ciego. Deja de decir estupideces, sigues borracho, eso es lo que pasa. Su comentario me entristeció. Te lo juro, -insistí-. Voy hacer unos pagos al banco, surto la despensa y después voy a tu casa. No jodas, madre, es en serio. Llegó a mi casa después de una hora. Vamos a un doctor, dijo. Fuimos con el oftalmólogo Fulano de Tal. Al maldito no le bastó con humillarme delante de mi progenitora dándome consejos de vida y salud, y recalcando el daño que ocasiona el alcohol en el organismo. Doctor, regréseme la vista y deje de decir pendejadas. Tranquilo joven, eso le pasa por andar consumiendo bebidas adulteradas, se va a tomar esto y lo otro, cada 8 horas, las gotas cada 6, sino mejora para el domingo, el lunes aquí los espero. ¡Hasta el domingo! ¡No chingue doctor!...

Salí derrotado. Pensé irme de rodillas a la iglesia más lejana, posiblemente los santos se apiadaran de mi. Al llegar a mi casa me encerré en el baño y solté unos lagrimones. Mis ojos solo servían para derramar lagrimas, tenía una fuga y no había quien pudiera cerrar la llave.

Cuando mi mujer llegó me encontraba más tranquilo. De favor le pedí que buscara en la red perros lazarillos. Los precios rondaban entre los 10 y 15 mil dólares. Usa mi tarjeta de crédito y lo demás pídeselos prestados a tus papas, después les pago, le dije desesperado. No exageres, para empezar tu crédito es de 6 mil pesos, mis papás no tienen ese dinero y ni siquiera te has tomado el medicamento… no seas dramático, verás que mañana estarás mejor, -contestó ella quitada de la pena, y no conforme remató-, ahora vuelvo, se te ofrece algo, ¿quieres que te traiga algo de comer?, ¿te rento una película? Sin éxito le aventé un vaso que tenía a la mano. Perdón no quise decir eso, se me salió, pero así no vas a lograr nada, -dijo apenada-Deja de hacer pendejadas, Salvador, gruñó mi madre. Les pedí de favor que se largaran. Ya nada tenía sentido. Era un cadáver que seguía respirando. Un invalido. Perdón, una persona con capacidades diferentes.

El resto del día imaginaba mi nueva vida. Una tragedia sin duda. ¿Quién se haría cargo de algo tan molesto?, ¿valdría la pena seguir viviendo?, ¿había llegado el momento y la ocasión para ponerle fin a mi existencia?, ¿qué cosas echaría de menos sin la vista? Para animarme me decía para mí mismo, al fin ya viste todo, deja de lloriquear, te aseguro que no será nada agradable ver como se le caen las chichis a tu vieja, como palidece el mundo con tanto desastre natural. Me importaba un carajo ver los amaneceres, los atardeceres. Pero me entristecía no poder ver nunca más el rostro arrugado de mi abuela, las piernas enceradas de una mujer, leer un libro, ver la semifinal de la Champion League, pasear en moto, la expresión de una mujer cuando miente, hurgar el facebook de Vikka, que no tengo el gusto de conocerla pero está bien buena, etc., etc..

La idea de leer la biblia en braille amargó mi espíritu de nuevo. Durante el resto del día me invadían momentos de angustia y desesperación… de resignación, de tristeza. Curiosamente el ron se me antojaba más que nunca. Descarté dichas tentaciones durmiendo casi todo el día. Ni siquiera pude soñar, ni me importaba.

No hay mal que dure 100 años ni cuerpo que lo aguante, dice el dicho. Afortunadamente no tuve que esperar 100 años. Al día siguiente, la luz había vuelto, era como cuando te cortan un servicio domestico que pagas y lo vuelven a reinstalar. Bendito día. Di gracias al señor, a sus apóstoles, a sus santos y a sus vírgenes. Lo mismo hice con los astros y con buda. Hacia mucho tiempo que no percibía un día más resplandeciente y luminoso. Los objetos volvían a ser visibles. Las personas dejaron de ser sombras y sonidos.

Había resucitado de las cavernas.

Escribo este testimonio 8 días después de aquel viernes negro. Me encuentro sentado en la terraza de un bonito jardín del centro histórico. Nunca había visto chicas tan hermosas caminar a estas horas del medio día. El mesero me ha traído un ron Zacapa Centenario, el mejor ron del mundo según él. Una linda señorita me guiña el ojo desde la otra mesa… voy a ver que se le ofrece.