16 de enero de 2012

Carta a mi abuela:



Cada paso en la vida es un paso en la muerte,
y el recuerdo una evocación de la nada.
E.M. Cioran

Quisiera decirle, señora Delia, que la voy a extrañar con todo mi corazón. Que la quise como abuela, madre, amiga. Que sin su presencia ha dejado un hueco imposible de llenar. Quisiera decirle que conocerla fue un placer, una bendición. Quiero reclamarle una cosa, que nos hayas dejado desabrigados en tiempos oscuros y fríos. También decirle que el mundo sin usted será un desperdicio. Y pobre de aquellos que no tuvieron el placer de haberle conocido.
No está de sobra expresarle que era mi persona favorita. Que usted me caía encabronadamente bien. Me arrepiento de no haberle dicho lo orgulloso que me sentía de usted. Es un poco tarde para decirle que admiraba su transparencia, su sinceridad, su franqueza, su generosidad, su bondad, su cinismo. Que usted, señora, era una mujer adelantada a su tiempo; contestataria, valiente, rebelde, curiosa, ingeniosa, culta…una idealista. También decirle que será difícil seguir su ejemplo. Sabe una cosa, señora Delia, no conozco a nadie en el mundo con ese sentido del humor, con ese carisma, con esa risa contagiosa, con la cualidad de reírse de sus propias desgracias: “la vida es padecimiento y hay que aprender a reírse de ella”, decías. Entre todas sus virtudes, tenía la cualidad de hacernos sentir –siempre-abrigados, protegidos, amados. Tengo muchas cosas que agradecerle. Es tu sonrisa durante mi niñez, el recuerdo de la mayor felicidad terrenal que recuerdo. Gracias a ustedes, Delia, y cuando digo a ustedes, también me refiero a mi segundo padre, (¿o primero y único?) mi abuelo Juan,  gracias por una infancia extraordinaria, de felicidad abundante, de mucha armonía y de total libertad, por todos los cariños, por todos los cuidados.  Gracias por el esfuerzo -en vano- que usted tuvo por inculcarme “valores” y “principios”…. Se me hace que lamentablemente, sirvieron de poco, Delia. Y no sé por qué te estoy hablando de usted, nunca te gustó, y según tú, siempre fui un mal educado.

¡Carajo, Yeya, de verdad que bien me caías!

“Toda enfermedad implica heroísmo –un heroísmo de la resistencia y no de la conquista, que se manifiesta a través de la voluntad de mantenerse en las posiciones perdidas de la vida…” Lo leí en algún lado, abuela. Y lamento no haber podido hacer nada contra tú enfermedad, contra los dolores físicos y emocionales que te persiguieron hasta el ultimo día. Sin embargo, seguiste siendo valiente a pesar de los sinsabores, las preocupaciones y las desdichas. Lamento mucho por los momentos que tuviste que enfrentar los últimos años; una familia en desgracia, un esposo enfermo, una agonía prolongada. La vida se portó muchas veces injusta contigo. No lo merecías, abuela. Lamento por no haberte dedicado más de mi insipiente tiempo, los hombres perdemos el tiempo de la manera más estúpida, ahora lo lamento y te pido disculpas. También lo hago si alguna vez te ofendí. Lamento mucho que Nicolás, mi hijo, no haya tenido el tiempo y la oportunidad de disfrutarte y de aprenderte.Es una lástima pero créeme que cada que puedo le hablo de ti.

Fuimos unos ingenuos, abuela. Venías despidiéndote con tanta anticipación y nosotros sin creerte. Me confesaste que la revelación de la muerte se llevó a cabo desde que eras joven y gracias a la enfermedad, “la enfermedad y los sufrimientos convierten la muerte en algo siempre presente, es su esencia, cosa que los jóvenes con buena salud no comprenderán nunca”, decías.

–No pretendo alargar mi vida en hospitales –insistías-, ha llegado mi momento, no tengo ya nada que hacer, nada que ganar y mucho que perder. A todos nos llega ese día. Ya llegará el tuyo, Sólo un consejo, hijo: no seas de esos engreídos que se aferren a la vida, no vale la pena. 

Por si te perdiste de algo, te moriste en un día nublado, gris, frío, muy frío, lento, muy lento,y el más triste de todos los días de mi existencia. Del funeral, mejor ni te digo: morirse es también tedioso y muy cansado. El abuelo dijo que no lo volviéramos a invitar a un funeral tan aburrido, que dónde estaban aquellos funerales con gente bailando y bebiendo y con música de viento. Lo divertido del funeral era que unos te cantaban y rezaban oraciones católicas y otros rezos e himnos mormones, si me lo preguntas, me gustan más los segundos.
Aprovecho para desearte buen viaje y que de paso me saludes a la bisabuela. Descansa en paz, abuela, aquí queda poco por hacer.

Por último, no hemos podido acostumbrarnos a tu ausencia, nos sigue pesando a un extremo insoportable.